domingo, 22 de marzo de 2009

Boxeador en Lurín

Pasión por algo

Campeón Nacional de box, en espera de un nuevo campeón al cual entrenar

Tas… ¡Tas! ¡Tas! ¡Tas! ¡Tas! Golpes en la pared. Manotazos no de ahogado, sino de ahogador. Fuerza de antaño de ritmo regular. Un viejo boxeador entrenando para ganar.

-Una vez le estaban pegando a mi hermano, y un zambo, que era guardaespaldas del hacendado, me codeó y me dijo ‘aprende box y le sacas la…’”.

Las palabras del empleado penetraron en el pensamiento de José Quispe Yaurimo como una fatal pero válida solución ante el abuso.

-Cuando tenía 18 años, todo el mundo me pegaba en Mala. Era bien tímido, no sabía pelear. Pero después supe box, y no había quien me aguante un golpe.

José tiene 69 años y es una de las personas que contribuye, con su existencia, a dibujar el típico perfil medio costeño medio dicharachero del pueblo de Lurín, uno de los últimos distritos de la provincia capital en el sur chico.

Los guantes de campeón yacen inútiles osbre su cama, esperando nuevos días de gloria

Sus rojos guantes de pelea conservan el honor de haber sido miembro de la selección peruana de box en 1961. Su mirada, 47 años después, sale a correr todos los días hasta la playa y da de comer a los pájaros sentado desde una banca, en la Plaza de Armas de Lurín. Aparentemente, es una gigante contradicción entre la ternura del maíz solidario y los golpes de un ahogador maleño, propios de algún semblante destructivo y violento.

Y es que, en realidad, José nació en Mala. Pero vive en Lurín desde hace varios años. Dice que el clima soleado y celeste le atrae y que haber entrado al box en son de venganza no constituye delito alguno, pues el suyo es un historial de profunda disciplina y amor al deporte. Como lo demuestra ahora, desde su pequeño y oscuro cuarto-gimnasio, a unas cuadras de la plaza en cuya banca lo encontramos alimentando aves.

Tas tas tas tas , los golpes de Vallejo

“En Cañete he knockeado a varios zambos”, se jacta con voz exhausta por haber dado decenas de golpes en la pared. Y sigue. ¡Tas! ¡Tas! ¡Tas! Y habría que expandir la onomatopeya 120 veces, porque es el número de manotazos que arroja diariamente a la abnegada superficie de cemento. También todos los días hace planchas con los puños cerrados. O ‘abdominales’ echado en una tabla de madera comprada ad-hoc para tales fines. Lo de la tercera edad podría parecerle una cojudez.

Es famoso, por otro lado, su afán de promover el deporte entre los menores. Así, en 1986, invirtió tres millones de intis en trasladar a 10 muchachos golpeadores a Lima, varios de los cuales salieron con buen guante. Como Carlos Cuya, su hijastro, campeón de box en 1976.

José Quispe muestra la habilidad de sus reflejos en el espejo. Su imagen devuelta delante de sí parece ser su principal contrincante. Es amable con los estudiantes de periodismo extraños, pero duro con el suelo: “mira este movimiento de piernas”, anuncia y bombardea velozmente el piso humedecido de su habitación, subiendo y bajando sus rodillas, como preparándose para su ingreso en un ring.

Los reflejos de un jovencito y la experiencia de un boxeador de años

Vestido con un polo blanco, que atrás dice ‘TYSON’ a secas, conserva decenas de diplomas en su nombre y fotografías amarillentas que recuerdan su pasado dorado. Pero su presente no está en blanco y negro. Tiene el color de un constante amante de la disciplina deportiva y el peso de sentir pasión por algo.

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