domingo, 28 de octubre de 2007

Torcuato Lucca de Tena

Leía un libro de Torcuato Lucca de Tena y me gusto esta parte de la historia, así que les copio acá una parte para que la lean, a ver si les gusta:

"Alberto, el hijo mayor de Ana María, era una fuerza desatada de la naturaleza, un volcán en permanente ebullición, un vendaval con botas. Su única pasión loable era la lectura; pero ponía en ella un afán tan desmedido, que la convertía en un deporte tan agotador como el que más. Las posturas que utilizaba para devorar páginas y más páginas eran tan insólitas como variadas. Tan pronto se le veía boca abajo y transversalmente sobre la cama, con el libro en el suelo sobre la alfombrilla, como tumbado de espaldas sobre la alfombrilla, con las piernas en alto apoyadas en la cama. De súbito, soltaba una gran carcajada ante un pasaje extraordinario de Guillermo el Proscrito o del Corsario Negro; se levantaba con el libro en la mano; y sin dejar de reír o de exclamar: «¡Qué burro!», lo cual equivalía al «no más allá» de su admiración, se iba a otro cuarto, donde seguía leyendo sentado a la usanza mora dentro de la chimenea o arrodillado en el cuarto de baño, con el libro apoyado en la tapa del retrete.

En casa no estudiaba jamás; y en clase, mientras el profesor explicaba la lección, Alberto hacía bolitas de papel masticado y las lanzaba sobre sus compañeros, o escribía con una navaja sus iniciales en la madera del pupitre. En estos casos, el profesor le castigaba, pero se abstenía muy bien de preguntarle: «¿Qué estaba yo diciendo ahora, señor Fulano?»; porque Alberto –muy al contrario de lo que podía suponerse– respondía, de carrerilla y sin equivocarse, lo que se estaba explicando. Tenía una extraordinaria capacidad retentiva; pero era tan desastrado, tan rebelde y tan inquieto, que sus notas, a lo largo del curso, resultaban lamentables. Al concluir el año escolar, en cambio, daba la gran sorpresa; y en los exámenes finales se colocaba en los primeros puestos. Alberto no consumía energías. Era la energía misma. Su corazón era de oro; pero sus manos, de trapo. Con la mejor intención del mundo trataba de quitarle una mota a su hermano Quique, y le metía el dedo en un ojo, haciéndole sangre en la conjuntiva; quería ser él quien entregara a su madre el regalo por su santo, y lo hacía pedazos contra el suelo al ir a dárselo.

Un día, al ver a su padre, que regresaba de un viaje de negocios por Alemania, emprendió una carrera desenfrenada para echarse en sus brazos..., sin advertir que entre los dos había una puerta de cristal, que atravesó, haciéndola añicos, con lo que estuvo a punto de ser decapitado. En estos casos lloraba amargamente, se quejaba de su mala suerte y aseguraba que todo en la vida le salía mal. Las lágrimas, por supuesto, no llegaban al río. A los diez minutos se acercaba a Quique, que había presenciado sin inmutarse el proceso en tres tiempos de la catástrofe, las lágrimas y el rápido consuelo, y le proponía inventar algún juego extraordinario. Sólo algunas veces era su presencia permitida entre los mayores; pero no porque lo quisieran menos, sino porque los agotaba. Su madre lo toleraba quince minutos cuando regresaba del colegio, y después seguía enfrascada en la lectura de unos libros gordísimos. Su padre, a veces, mantenía con él cortas conversaciones, pero la mayoría de los días o estaba fuera de Madrid o regresaba a casa cuando él y su hermano ya estaban dormidos.

Aquella tarde, a la vuelta del colegio, cuando Alberto subía a grandes zancadas la escalera del jardín, se le acercó Quique con aire misterioso. Le tomó de la camisa para que se agachara y le habló al oído. Lo que le dijo era sorprendente. Un señor había parado su coche junto a él, cuando estaba jugando con la arena a la puerta de la casa, y le había hablado. Después, este mismo señor se había estacionado a pocos metros de la puerta de entrada y no hacía más que mirar y mirar...

Alberto, intrigado, volvió la cabeza adonde Quique le decía; y vio, en efecto, un cochecillo muy pequeño; y dentro, a un señor, que al sentirse observado –y, por cierto, tan descaradamente– por los dos chavales, desvió la mirada con muy poco disimulo.

  • Ojala les guste... la conseguí por Internet. Mis disculpas para el autor... para los curiosos, deje una linea escondida en negrita... busquenla. XD

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