Recientemente se ha recordado en Asís (Italia) a uno de los santos más representativos del catolicismo: San Francisco de Asís (26 de setiembre de 1182) hijo de Pedro Bernardone dei Moriconi y Donna Pica Bourlemont, conocido como el “pobrecillo” -a pesar de su procedencia adinerada- y, coincidentemente, se están celebrando los 800 años del establecimiento de la Orden Franciscana.
Su padre lo llamó Francisco en homenaje a Francia, país donde había hecho buenos negocios. Recibió la educación regular de la época, en la que aprendió latín y se caracterizó por su vida despreocupada: no tenía reparos en gastar cuando andaba en compañía de sus amigos, en sus correrías periódicas, ni en dar cuantiosas limosnas.
Como cualquier hijo de un potentado ambicionaba ser exitoso. Cuando tenía 20 años estalló la guerra entre las ciudades de Perugia y Asís, y fue apresado por los peruginos. La prisión duró un año y cuando recobró la libertad, cayó enfermo. Después decidió combatir en el ejército de Galterío y Briena (sur de Italia) y, con ese fin, compró una costosa armadura y un hermoso manto. Pero, un día paseando con su nuevo atuendo, se topó con un caballero mal vestido que había caído en indigencia.
Francisco cambió sus vestidos por los del aristócrata. Se cuenta que estas actitudes indignaban a su progenitor quien, desconcertado por su comportamiento, lo golpeó cuando tenía veinticinco años, le puso grillos en los pies y lo encerró en una habitación en su vano esfuerzo por revertir su conducta. Este episodio reforzó su actitud de desprendimiento. Su padre, avergonzado del género de vida de Francisco, se quejó al obispo de Asís de su prodigalidad y, delante del prelado, le pidió la devolución de los dineros gastados en los pobres.
Este contestó renunciando a la herencia paterna, se despojó hasta de sus vestiduras y exclamó: “En adelante no tendré que decir padre Pedro Bernardone, sino Padre Nuestro que estás en los cielos”. Desde entonces decidió vivir con mayor desprendimiento. Por aquel tiempo escribe una regla breve y sencilla que el Papa Inocencio III, aprueba en 1209. Las líneas esenciales de los nuevos frailes menores eran la carestía y humildad. Dos años más tarde se puso bajo su dirección, junto con algunas compañeras, una noble joven de Asís llamada Clara. Así nació la Orden de las Clarisas o Segunda Orden Franciscana. A muchas personas que querían continuar su espíritu de penitencia y austeridad les compuso la ordenanza de la Tercera Orden Franciscana.
En 1242, el Vaticano concedió a los franciscanos, mediante una bula, el privilegio de custodiar y velar por los lugares santos. Esta orden no se ha retirado de ninguno de estos territorios, asistiendo a los peregrinos cristianos y protegiendo a los más desfavorecidos. La caridad fue una de sus virtudes y su plegaria “Mi Dios y mi todo”, condensa sus anhelos. Su amor sobrenatural lo lanza a convertirse en albañil improvisado de la iglesia de San Damián y de otros templos derruidos, lo impulsa a reunir a sus colegas de apostolado, ofrecer su obediencia al Papa, predicar el evangelio y sufrir penalidades.
El mundo aprendió de su ejemplo que “la perfecta alegría consiste en aceptar con ánimo, por amor de Cristo, toda suerte de vituperios”. También, realizó viajes apostólicos a Siria, España, Marruecos, Túnez, Oriente y Egipto. Para él no existió un hombre extraño a su corazón. Los leprosos, bandoleros, musulmanes y plebeyos eran sus hermanos.
Fue hermano del sol, el agua, las estrellas y la vida silvestre, sentía que debía compartir con todas las criaturas que consideraba hijas de Dios y, como tales, respetaba su existencia. De allí su admiración por lo que hallaba en su entorno. El 3 de octubre (coincidiendo con su fallecimiento en 1226) fue declarado “Día Mundial del Animal” (1929) por iniciativa de la Organización Mundial de Protección Animal.
En 1228, es canonizado por el Papa Gregorio IX y proclamado por el Papa Juan Pablo II “Patrono celestial de los ecologistas” (1979). En el Perú existe un mural en su homenaje. Con ocasión del 25 aniversario del Fondo Mundial para la Naturaleza (WWF) -cuya celebración se desarrolló en Asís (1986)- su presidente honorario, el príncipe Felipe de Inglaterra, invitó al conservacionista peruano Felipe Benavides Barreda (por haber sido miembro de su directorio internacional durante doce años), quien dispuso la elaboración de un colorido mosaico, en el zoológico del Parque de Las Leyendas (Lima), en recuerdo de San Francisco.
El “pobrecillo” de Asís fue un visionario cuya inquietud es hoy una de las mayores preocupaciones contemporáneas. La conservación de la flora y fauna, de los recursos naturales, de los mares y océanos, etc. son una urgencia para enfrentar la demanda humana en relación al uso y desgaste del patrimonio ecológico. Su herencia ha sido enseñarnos a repensar nuestro lugar en el orden establecido, de modo que el bienestar humano esté plenamente integrado con el equilibrio de la naturaleza. Para él era vital entender esta vinculación y, además, aceptar que el mundo no está bajo nuestro control y que debemos tomar nuestra ubicación solo como una parte en la comunidad del universo.
La encíclica “El hombre y la naturaleza” (1989) señala: “…Ofrece (San Francisco de Asís) a los cristianos, el ejemplo de un respeto auténtico y pleno por la integridad de la creación…El pobre de Asís nos da testimonio de que estando en paz con Dios podemos dedicarnos mejor a construir la paz con toda la creación, la cual es inseparable de la paz entre los pueblos”. En tal sentido, los asuntos “verdes” demandan una acción genuina, alejada de las tentaciones y bajezas de quienes han encontrado en este tema un inmoral y escabroso modo de subsistencia que encubre ambiciones personales.
Además, el dinero, los apetitos oportunistas, los intereses sórdidos y otras formas de corruptelas influyen negativamente en sociedades como la nuestra en visible crisis moral y, esencialmente, en sus gobernantes y sectores dirigentes. Por esas consideraciones, es imperativo volver la mirada hacia la trayectoria de decencia de San Francisco de Asís quien hizo de los valores cristianos una predica consecuente que todos debiéramos recoger e imitar.
(*) Docente, conservacionista, consultor en temas ambientales, miembro del Instituto Vida y ex presidente del Patronato del Parque de Las Leyendas – Felipe Benavides Barreda.
1 comentario:
Grande San Francisquito!!!
Un abrazo señor egresado
Publicar un comentario